Toda mi vida me he jactado de gozar de perfecta salud. Desde vista 20/20, que me permite leer un libro Porrúa a cinco metros de distancia; hasta un metabolismo envidiable…
Toda mi vida me he jactado de gozar de perfecta salud. Desde vista 20/20, que me permite leer un libro Porrúa a cinco metros de distancia; hasta un metabolismo envidiable que me permite descomer “like clockwork” a los quince minutos de haber hecho cualquiera de las tres comidas reglamentarias que hago durante el día; hasta nunca haberme roto ningún hueso, ni operado de nada. Lo más drástico a lo que me tuve que someter fueron cinco o seis puntadas en la rodilla un día que me partí la crisma jugando americano en la “unidad” de un cuate, donde la anotación era una pared llena de tubos salidos y oxidados. Brillante lugar para jugar, sin duda. Pero era lo que había. Todos lo hemos hecho. En ese lugar, alguna vez, otro cuate se frenó (literalmente) con la mollera. Atrapó un pase largo, midió mal la pared y, en lugar de frenarse a tiempo, se le dejó ir a la pared de cabeza y estuvo a dos de atravesarla como La Mole. Un sueño de día.